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Mi desencuentro con la moda


Mi desencuentro con ella me desvío de mi camino original. No quisiera decir que marcó mi vida, ya que la vida no se marca, la vida sigue adelante. Tropezamos en el camino, y a veces este tropiezo cambia el ritmo o incluso la dirección de nuestro emprendimiento. Sin embargo, soy yo la que escoge la ruta. Regresando al tema, quisiera dedicarle esta publicación a mi desventura con la carrera de mi elección.

Esta Julieta a sus 17 tiernos años de vida tenía que decidir sobre lo que parecía ser la decisión más importante de su vida: escoger una carrera que definiría el resto de su futuro. Opté por estudiar mercadeo de moda porque me gusta vestirme de una manera excéntrica; este fue el pensamiento en el que me acogí. Puede ser que haya sido la falta de huevos seguir una pasión, pero terminé haciendo lo que en teoría sonaba cool. Honestamente no estaba lista para estudiar. Mi auto conocimiento era pobre y aún no vivía la realidad que me enfrentaba. Por presiones sociales y familiares opté por someterme en una institución educativa para aprender a mantenerme usando mis potenciales. Así que sin mirar atrás me sumergí en una industria de la que no conocía nada, y tardíamente encontré que me aburría.

No me mal interpreten, la moda me sigue gustando. Me permite una expresión artística personal con la que construyo mi identidad pública. Por otro lado, la moda también es política; documenta su contexto histórico particular. Puede ser usada como un vehículo de protesta. Habiendo dicho eso, la idea que yo tenía de la moda industrial era romántica e ignorante. Fue hasta pararme cara a cara con la monstruosidad de la industria de moda que me percaté lo fea que es. De lejos todo se ve hermoso. El mundo que se suponía de celebrar la individualidad, es en realidad una dictadura que impone tendencias producidas en serie usando métodos publicitarios que producen inseguridades con el objetivo de uniformar a las masas. Claro, esto ahora lo puedo decir con la mayor claridad del mundo, pero el proceso de esta realización no fue tan sencillo.

En la carrera éramos responsables de crear imágenes donde contratábamos a modelos que reflejarían un solo estándar de belleza. Además eran escogidas por su “belleza estandarizada” y no por quienes eran ellas. Me parecía muy triste que poníamos a estas Julietas en un pedestal de belleza sin saber cuales eran sus pasiones, o en lo que pensaban. Como fabricadora de imágenes, caía en mi la responsabilidad de distribuir una representación más real y saludable. Mientras que esto empezó a joderme (o componer) la cabeza, surgieron inseguridades en mi que jamás había sentido. Toda la vida me había pensado como una persona delgada, me sentía cómoda en mi propia piel pero durante la carrera me di cuenta que no era tan flaca o bonita como las modelos y mi percepción sobre mi cuerpo cambió. Qué jodida es la comparación, ¿no?. Qué yuca que por factores externos mi amor propio sea vea afectado. Y no solo era yo. Oía a mis amigas más queridas menospreciando su cuerpo porque no se asemejaba a lo que la media representa. No solo menospreciando, queriendo modificarlo (corregirlo según el mercado de belleza) para caber en estas medidas.

Hagan lo que crean necesario con tal de sentirte cómodos en sus propios cuerpos. Ya sea hacerse una cirugía de reasignación de sexo o botox para borrarte las arrugas (de sabiduría y no de vejez). Yo también me someto en prácticas de belleza para sentirme más bonita, tal y como los “peelings faciales" que consisten en quemarme con químicos la última capa de piel para rejuvenecerla y con esto acelerar la desaparición de cicatrices que dejó atrás el acne. Pero debemos reconocer que todas estas prácticas se han inventado para emular una visión construida de lo que es ser “bello”. El orden social dominante, que es de por si arbitrario, impone el gusto sin reconocerlo. Siendo producto de la sociedad en la que vivo, me es natural buscar una semejanza con la belleza establecida. Sin embargo, las prácticas dañinas a las que voluntariamente me suscribo, no son necesarias.

A raíz de estos pensamientos, mi proyecto final estuvo más acorde a mis valores. Resulto siendo una manifestación de mi feminismo. Ahora, en casa, tenemos una regla donde es prohibido hablar mal de nuestros cuerpos. Los complejos no se han ido por completo, pero optar por no hablar de ellos, les quita energías. Lo ideal es remplazar esas declaraciones de desprecio por aprecio y agradecimiento. Estamos acostumbrados a identificar nuestros cuerpos por dolor o por complejos. Nos percatamos de la existencia de partes del cuerpo al rechazarlas. Si piensas en tu cuerpo usualmente pensamos automáticamente en las partes con las que no nos sentimos a gusto. Pero cuantas veces piensas en las partes que si te gustan, ¿por lo que hacen por ti?, ¿o por lo bien que te hacen sentir?

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