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Limpieza Social

  • Nicole Jacobs Rademann
  • Oct 20, 2017
  • 4 min read

Todo lo que entendemos como cultura es producto de una construcción social que se llevo a cabo desde los inicios de la humanidad. Esta construcción está compuesta de aprendizajes externos que se han ido colocando uno por encima del otro, y nosotros nos encontramos viviendo dentro de esta infraestructura. Es una construcción única, ninguna otra se le asemeja; es tan maciza y estable, que la misma sociedad la identifica como una obviedad natural, y les resulta casi imposible imaginarse viviendo sin ella.

La “cultura” que hago mencionar aquí, son todos los acuerdos generacionales que llevan un valor simbólico más allá de uno práctico. Las construcciones sociales son todas aquellas reglas y acuerdos sociales que nos vienen inculcando desde el momento en que nacemos. Son esas normas que a pesar de no estar escritas en ningún lugar, todo el mundo las sabe, pero no nos terminan de convencer, y es porque son arbitrarias. Así es, no existen. Y, ¿cuál es el propósito de cualquier regla? CONTROL.

Algunas de las construcciones sociales más explícitas en mi vida:

  • Amor romántico monógamo heterosexual

  • Belleza estandarizada

  • Sexualidad

  • Género

  • Cuerpo

Sólo con mencionar estas cinco me produce un desborde existencial: ¿De cuantas acciones he sido yo la autora, y cuántas han sido reproducciones de aprendizajes? ¿Dónde empiezo yo, Nico, y dónde empieza la cultura? Llevamos la cultura tan enraizada en nuestras neuronas que es imposible desaprenderlas por completo. No son únicamente acciones, que son más fáciles de identificar, pero son en su mayoría patrones de pensamiento.

Empecemos por lo esencial de nuestra vida: el cuerpo. Mi cuerpo es el único vehículo con el que me relaciono con el mundo. Es el único receptor que absorbe la totalidad de información que va recogiendo usando todos los sentidos. Luego la información es interpretada, y por último emito mi propia codificación de ella aplicando todas las referencias y aprendizajes que he adoptado. Pero todas las referencias que he ido acumulando a lo largo de mi vida son conceptos estandarizados de alguien más. En la superficie de este proceso continuo de interpretación, pasa algo aún más interesante: la imagen carnal que representa el proceso de codificación.

La imagen del cuerpo es una construcción mental que hacemos sobre nuestro contexto a lo largo de la vida. Las ideas que tenemos sobre como nuestro cuerpo se debería de ver, en su mayoría atienden las necesidades de un tercero: el estado. Ciertas partes del cuerpo carecen de valor cultural, mientras otras están repletas de significados. Por ejemplo: en nuestra cultura el busto de la mujer es objeto de erotización y cuando las vemos representadas en la media protagonizan un papel sexual. Esto produce una necesidad de esconderlas de la mirada pública, porque “el sexo no se habla en la mesa”. Esto explica la incomodidad de las personas al ver una mujer con el busto de fuera amamantando a su bebe. Hemos aprendido a sentir vergüenza ante los bustos, pero, ¿por qué hemos de sentir vergüenza que una madre alimente a su hijo? Nuestro cuerpo es político, y el valor que le damos no siempre es propio; hasta que lo hacemos propio.

Otro aprendizaje social que me descompone al pensarlo es el del género. Parimos de una vagina y en horas ya tenemos un nombre que nos clasifica como femenino o masculino. Con esta clasificación se establece el color que nos gusta, los juguetes que vamos a jugar, el trato que vamos a recibir, la orientación sexual que vamos a tener, las profesiones que vamos a ejercer, la ropa que vamos a vestir, el comportamiento con el que vamos a actuar, hasta el corte de pelo que vamos a llevar; todo esto sin haber abierto los ojos. Venimos al mundo condicionados a replicar el comportamiento del genero adoptado. Como dice Simone de Beauvoir, uno no nace mujer, se aprende a ser mujer. “El que nos experimentemos a nosotros mismos o a otros como un género (hombre o mujer) son categorías políticas y no hechos naturales”.

Estamos repletos de condiciones sociales. Cuando profundizamos esta realización en su totalidad, nos liberamos de todas las presiones que nos mantienen en categorías. Categorías que nos limitan y nos clasifican como identidades estáticas, sin tiempo ni espacio. Al librarnos de ellas, se nos abre un mundo de posibilidades, de personas, identidades, relaciones. Podemos experimentar, escoger quien y como ser. Somos nosotros quienes escogemos el juego de la vida y ponemos las reglas. EL sentimiento de libertad es adictivo, y vas a querer más.

Me gusta mucho la palabra desmantelar, y mi encuentro con el feminismo ha sido justo eso: un proceso de desmantelar, capa por capa, las construcciones sociales hasta llegar a la pura esencia, la auténtica Nico. Siempre hay otra capa que desmantelar, otro aprendizaje que desaprender, ya que mi juicio está inundado de expectativas impuestas por mi sociedad. Pero, ¿Cómo hacemos esto? ¿Cómo nos deshacemos del exceso inútil? Mi consejo es: Cuestionarlo todo. Me pregunto todo el tiempo si mis intenciones son honestas, auténticas, y usualmente doy con la respuesta.


 
 
 

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